Un baño de urbanidad
Semana Santa 2017 intercambio de cortesía
en Puerto Rico
Por Emilia Santos Frías
Lo que inició como un viaje
de descanso, que en esencia lo fue, se convirtió además, en plataforma de
aprendizaje, fruto de la convivencia con
habitantes del menor de los países de Las Antillas Mayores, Puerto Rico.
Arribamos a tierra borinqueña durante el feriado por la Semana Santa o
Semana Mayor, desde la salida vía Santo
Domingo-San Juan, junto a mi hija Emely, ambas apreciamos la calidez y buen trato de las personas.
Ese ejercicio de relaciones
humanas a veces no se percibe y se
extraña. Debo confesar que viví la Fiesta Pascual, acariciada por el buen uso
de normas de urbanidad y eso me impacto bastante.
En mi amada República
Dominicana, su ejercicio está casi en desuso, lo que acarrea no solo disgusto,
violencia, incultura, también, un grotesco legado para nuestra descendencia,
aun cuando sabemos que estos valores deben cultivarse en la familia, en el hogar,
porque la academia no está obligada a ofrecerlos, como bien ha recalcado José (Pepe) Mujica, pasado presidente de Uruguay.
En nuestra convivencia
diaria, así como en el acceso a servicios, sufrimos los dislates de quienes
trabajan en atención al cliente. Agradezco al amigo Alberto Pérez, por en broma
y en serio asignarme contar las vivencias obtenidas en esta Semana Mayor. Por hacerme
redactar esta: “crónica por encargo”, con ella puedo resaltar qué vi en
diferentes personas con las que compartí, entre ellas gestores de servicio y transeúntes de varios municipios, un ejercicio
natural de valores universales, esos que quizás fruto de la vida tan dinámica
que vivimos, hemos dejado de practicar.
Observé que no toman como
excusa la situación económica que vive ese Estado, para ser descortés. Ella no
les impide ejercitar la normas de urbanidad, y esa acción positiva
me remontó a la niñez cuando vivía en tierra cibaeña, durante la década dorada, cuando todas y todos
saludábamos, sonreíamos. Cuando la gente decía por favor, gracias y pedíamos
permiso…
Lo que indico es difícil de
entender en este bien llamado Siglo de la Informaciòn, donde pese al desarrollo
de los medios de comunicaciòn masiva, la
comunicaciòn cara a cara, esa que era
tan rica, ya no es efectiva.
Y no fui la única con esa
impresión. Mi amada hija Emely, compañera de viajes, calificó como interesante y reparador esta corta
escapada. Dice que nos renovamos de energía positiva, sentimiento
de felicidad y cercanía. Eso fue también lo que recibimos.
A ese juicio no tengo más
que agregar. Es maravilloso ver que una jovencita pondere a quienes exhiben
buenos modales, a quienes se preocupan por el prójimo, le importa o contribuyen
a su bienestar.
Y sin sonar como una canción
de Wason Brazoban, Emely dice que obtuvimos paz. Yo la sentí desde que ideamos
la escapa. Nos propusimos abrazarla y así fue. Vivimos el sentido cristiano de
esta fecha, porque compartimos con nuestros semejantes, dejando todo afán o
perturbación fuera, para vivir la anhelada paz del asueto. En esa quietud se
manifestó el Dios que amamos y en ella hubo mucha reflexión.
Casi siempre que salimos de
nuestro país, aun en viajes cortos como este, se tiene tiempo para meditar;
comparar problemáticas, hacer símil, incorporar nuevas culturas y afianzar
filosofía de vida o nuestra verdad. En este corto tiempo pude ejercitar
derechos culturales, disfrutar distintos lugares emblemáticos, históricos, como
las iglesias San Juan y San Mateo; observar
el Museo de Arte, recorrer El Viejo San Juan; playa y laguna del
Condado; sitios de tertulias; participar en agradables conversaciones, saborear
la sabrosa gastronomía dominico–puertorriqueña y visitar
centros comerciales, una cita obligada para nosotras las mujeres.
El Viernes Santo fue como en
casa, porque luego de compartir con los esposos Claudio y Mayra, además de
degustar la rica comida que nos ofrecieron, recorrimos San Juan y la zona
histórica; los principales monumentos, entre ellos uno construido en
memoria de los soldados caídos; La
Fortaleza o Palacio de Santa Catalina, donde vive el actual Gobernador, la que también posee el Castillo
San Felipe del Morro, el Fuerte San Cristóbal y el Fortín de San Gerónimo. Caminamos por el
Paseo de la Princesa, sumamente visitado por residentes y extranjeros, según
nos contaron nuestros amigos, grandes anfitriones y embajadores naturales.
El sábado Santo vivimos la belleza de Playita del Condado, donde
interactuamos con una pareja de esposos de mediana edad, oriundos de Colombia, extranjeros
afables que buscaban como nosotras, oxigenar sus mentes y pulmones fuera de la
rutina.
Seguíamos aprobando ciertos
valores de los puertorriqueños,
meritorio resaltar el respeto que tienen
hacia los animales, entre ellos mamíferos, aves, reptiles, anfibio,
entre otros. Los cuervos, malqueridos en nuestra nación, allá junto a la iguana verde o gallina de palo y el coquí, son
venerados. Sin dudas, es una población amigable con esas especies.
Otra conducta a emular es el
respeto a las normas de tránsito, la educación vial. Reina gran orden al
conducir, aunque me recordaron que la gente sabe disciplinarse cuando las leyes
son aplicadas con rigor y sus penalidades para quienes las vulneran son
drásticas. Un certero dicho.
De regreso a mi amado
terruño, mientras volaba entre nubes blancas que danzaban con el cielo azul, gracias
al maravilloso fenómeno de dispersión de
Rayleigh, influenciada por ese hermoso
espectáculo, también me dejé seducir por el libro que puso en mis manos, el apreciado amigo Claudio. Este lo recibí tan
pronto mis pies tocaron suelo de Puerto Rico; opera prima de Pilar Sinquemani:
“La Casa del Trabajador”. Debo confesar
que desde que inicié su lectura,
confirmé lo ya expresado por mi amigo. Es un libro fascinante desde la portada,
con una historia tan bien contada, que el enganche es inmediato.
Este domingo de Pascua de
Resurrección, arribamos ante un cielo que anunciaban lluvia, que se dejó sentir al caer la tarde. Ella bendijo
nuestra llegada como lo hizo hace dìas, cuando llegamos a San Juan. Coincidencia
o no, su presencia indica bendición y la recibimos confiadas en que nos
acompañará en cada acción que emprendamos, individual o colectiva y nos
impulsará para ofrecer bienaventuranza en todo nuestro entorno. Sin dudas fue un
viaje reparador.