martes, abril 18, 2017

Un baño de urbanidad

Semana Santa 2017 intercambio de cortesía en Puerto  Rico

Por Emilia Santos Frías

Lo que inició como un viaje de descanso, que en esencia lo fue, se convirtió además, en plataforma de aprendizaje,  fruto de la convivencia con habitantes del menor de los países de Las Antillas Mayores, Puerto Rico.

Arribamos a tierra borinqueña  durante el feriado por la Semana Santa o Semana Mayor, desde la salida  vía Santo Domingo-San Juan, junto a mi hija Emely, ambas apreciamos la calidez  y buen trato de las personas.

Ese ejercicio de relaciones humanas  a veces no se percibe y se extraña. Debo confesar que viví la Fiesta Pascual, acariciada por el buen uso de normas de urbanidad y eso me impacto bastante.

En mi amada República Dominicana, su ejercicio está casi en desuso, lo que acarrea no solo disgusto, violencia, incultura, también, un grotesco legado para nuestra descendencia, aun cuando sabemos que estos valores  deben cultivarse en la familia, en el hogar, porque la academia no está obligada a ofrecerlos, como bien ha recalcado José  (Pepe) Mujica,   pasado presidente de Uruguay.

En nuestra convivencia diaria, así como en el acceso a servicios, sufrimos los dislates de quienes trabajan en atención al cliente. Agradezco al amigo Alberto Pérez, por en broma y en serio asignarme contar las vivencias obtenidas en esta Semana Mayor. Por hacerme redactar esta: “crónica por encargo”, con ella puedo resaltar qué vi en diferentes personas con las que compartí, entre ellas gestores de servicio y  transeúntes de varios municipios, un ejercicio natural de valores universales, esos que quizás fruto de la vida tan dinámica que vivimos, hemos dejado de practicar.

Observé que no toman como excusa la situación económica que vive ese Estado, para ser descortés. Ella no les impide ejercitar la normas de urbanidad, y esa acción positiva me remontó a la niñez cuando vivía en tierra cibaeña, durante la  década dorada, cuando todas y todos saludábamos, sonreíamos. Cuando la gente decía por favor, gracias y pedíamos permiso…
Lo que indico es difícil de entender en este bien llamado Siglo de la Informaciòn, donde pese al desarrollo de los medios de comunicaciòn masiva,  la comunicaciòn cara  a cara, esa que era tan rica, ya no es efectiva.

Y no fui la única con esa impresión. Mi amada hija Emely, compañera de viajes,  calificó como interesante y reparador esta corta escapada. Dice que nos renovamos de energía positiva,   sentimiento de felicidad y cercanía. Eso fue también lo que recibimos.

A ese juicio no tengo más que agregar. Es maravilloso ver que una jovencita pondere a quienes exhiben buenos modales, a quienes se preocupan por el prójimo, le importa o contribuyen a su bienestar.

Y sin sonar como una canción de Wason Brazoban, Emely dice que obtuvimos paz. Yo la sentí desde que ideamos la escapa. Nos propusimos abrazarla y así fue. Vivimos el sentido cristiano de esta fecha, porque compartimos con nuestros semejantes, dejando todo afán o perturbación fuera, para vivir la anhelada paz del asueto. En esa quietud se manifestó el Dios que amamos y en ella hubo mucha reflexión.

Casi siempre que salimos de nuestro país, aun en viajes cortos como este, se tiene tiempo para meditar; comparar problemáticas, hacer símil, incorporar nuevas culturas y afianzar filosofía de vida o nuestra verdad. En este corto tiempo pude ejercitar derechos culturales, disfrutar distintos lugares emblemáticos, históricos, como las iglesias San Juan y San Mateo; observar  el Museo de Arte, recorrer El Viejo San Juan; playa y laguna del Condado; sitios de tertulias; participar en agradables conversaciones, saborear la sabrosa gastronomía dominico–puertorriqueña y  visitar  centros comerciales, una cita obligada para nosotras las mujeres.

El Viernes Santo fue como en casa, porque luego de compartir con los esposos Claudio y Mayra, además de degustar la rica comida que nos ofrecieron, recorrimos San Juan y la zona histórica; los principales monumentos, entre ellos uno construido en memoria  de los soldados caídos; La Fortaleza o Palacio de Santa Catalina, donde vive el actual  Gobernador, la que también posee el Castillo San Felipe del Morro, el Fuerte San Cristóbal y  el Fortín de San Gerónimo. Caminamos por el Paseo de la Princesa, sumamente visitado por residentes y extranjeros, según nos contaron nuestros amigos, grandes anfitriones y embajadores naturales.

El sábado Santo  vivimos la belleza de Playita del Condado, donde interactuamos con una pareja de esposos de mediana edad, oriundos de Colombia, extranjeros afables que buscaban como nosotras, oxigenar sus mentes y pulmones fuera de la rutina.

Seguíamos aprobando ciertos valores  de los puertorriqueños, meritorio resaltar el respeto que tienen  hacia los animales, entre ellos mamíferos, aves, reptiles, anfibio, entre otros. Los cuervos, malqueridos en nuestra nación, allá junto a  la iguana verde o gallina de palo y el coquí, son venerados.  Sin dudas,  es una población amigable con esas especies.

Otra conducta a emular es el respeto a las normas de tránsito, la educación vial. Reina gran orden al conducir, aunque me recordaron que la gente sabe disciplinarse cuando las leyes son aplicadas con rigor y sus penalidades para quienes las vulneran son drásticas. Un certero dicho.

De regreso a mi amado terruño, mientras volaba entre nubes blancas que danzaban con el cielo azul, gracias al maravilloso fenómeno  de dispersión de Rayleigh, influenciada por ese  hermoso espectáculo, también me dejé seducir por el libro que puso en mis manos,  el apreciado amigo Claudio. Este lo recibí tan pronto mis pies tocaron suelo de Puerto Rico; opera prima de Pilar Sinquemani: “La Casa del Trabajador”.  Debo confesar que  desde que inicié su lectura, confirmé lo ya expresado por mi amigo. Es un libro fascinante desde la portada, con una historia tan bien contada, que el enganche es inmediato.


Este domingo de Pascua de Resurrección, arribamos ante un cielo  que anunciaban lluvia,  que se dejó sentir al caer la tarde. Ella bendijo nuestra llegada como lo hizo hace dìas, cuando llegamos a San Juan. Coincidencia o no, su presencia indica bendición y la recibimos confiadas en que nos acompañará en cada acción que emprendamos, individual o colectiva y nos impulsará para ofrecer bienaventuranza en todo nuestro entorno. Sin dudas fue un viaje reparador.