Aprendamos a volar y mostrar horizontes
que nos esperan
Por Emilia Santo Frías
Alguien dijo
alguna vez que recordar es vivir; nada más verdadero. El proverbio pondera mis
remembranzas de hoy, al recordar la instrucción que recibí en Literatura, en mi
tiempo de adolescente. No sé porque razón,
hoy recordé a Richard Bach y su “Juan Salvador Gaviota”, aunque estoy
convencida de que nada ocurre por casualidad.
La
experiencia de leer esa obra es trascendental; sus páginas amenas, nos enganchan tan pronto iniciamos el primer párrafo.
Y sus enseñanzas perduran para toda la vida. Nos enseña el don de servir a los demás;
amar, perdonar; vencer el temor y la tristeza; romper la rutina y crear.
Una
obra pequeña en tamaño, grande en contenido; casi profética, que nos muestra
como conociéndonos y potenciando nuestras capacidades, podemos ayudar a las demás
personas, aún cuando estás no busquen nuestro bienestar.
Si!,
hoy recordé las enseñanzas, de Juan, el hijo de la Gran Gaviota; el de vuelo
pausado y rápido según lo que perseguía; esa ave que nos enseñó a nunca
detenernos, sino, amar volar, aleteando nuestras alas, para dejar de vivir como
palmípeda normal; vivir nuestros desafíos y aprender de los fracasos.
Hoy
le recordé aquellas palabras sabias: “podemos aprender a volar y mostrar los
nuevos horizontes que nos están esperando”. Y coincido con Juan en que debemos abrir los
ojos y ver, apartando el miedo y la ira. Aún cuando es tan difícil despojarse
de ellos, pero no imposible.
Me
enseñó y es muy cierto, que etapas terminan y otras comienzan, pero en cada
una, es importante alcanzar y tocar la perfección de lo que amamos hacer. Para
Juan, el cielo es ser perfecto, no es un lugar ni un tiempo. Es sólo eso: perfección.
No tiene números, ni tiene límites.
La
personificación realizada por Bach en “Juan
Salvador Gaviota”, también me inspiró aprender
que nuestra mente no es limitada y no somos prisioneros de nuestro cuerpo. Debemos
creerlo, somos seres perfectos y sin limitaciones!, claro, siempre que sepamos
lo que hacemos. Entendamos el significado del amor y la bondad, sin dejar de
aprender.
Asimismo,
a seguir trabajando en el amor, conocer su naturaleza, para compartirlo;
practicar lecciones de bondad, mientras dejamos que nuestro pensamiento vuele.
Identificando que siempre hay alguien a quien podemos ayudar y puede aprender; así
como nosotros lo haremos de él.
Esa
maravillosa gaviota, me enseñó el sentido de vivir con libertad, un derecho
fundamental; pero con libertad mental, sin limitarme; repudiando el orgullo que
nos invaden de vez en vez, como humanos que somos, así como la ira y la furia
ante el fracaso. Sin convertirme en paciente, sino accionar para seguir
buscando la perfección en esta vida, buscando el cielo.
Me
enseñó a tener hambre de aprender y eso, sencillamente, lo disfruto. Aún cuando familiares y amigas, pelean por los
adiestramientos que emprendo. Me convenció de que debo superar caídas y enseñar
a otras personas a volar mediante un pensamiento libre, porque “lo que no nos
da libertad, no debe ser parte de nuestras vidas”.
Hoy
agradezco a Juan Salvador Gaviota, el mostrarme que somos seres especiales, que
debemos conocerlo y creerlo, para poder desarrollar nuestros talentos, para
bien de la colectividad. No importa que seamos incomprendidos; eso nos hace
grandes.
Otra
enseñanza de la voladora, es evitar hacer daño, aunque esa decisión nos
lastime. Siempre nuestra función debe ser de protección hacia nuestros
semejantes y eso nos protegerá a nosotros mismos. ¡Que el espanto y la tristeza
no nos invadan!.
La
clave para superar nuestros límites es el orden y la paciencia, dice la gavina.
Otra encomienda que nos deja la palmípeda, es amar a quien no quiere nuestro
bienestar y enseñarle a ver sus fortalezas.
Además,
saber que no hay límites para el aprendizaje; cosechar el placer por hacer algo
bien, para de esa forma construir nuestro cielo y guiar a quienes nos aman
hacia él, en interés de hacerlos caminar hacia la luz. ¡Hoy tú tienes ese
chance, no seas una gaviota normal, haz la diferencia!