miércoles, junio 23, 2010

Prensencia permanente, dolor indecifrable

Muerte de un hijo(a): herida incurable

Dr. Frank Espino

El hecho de que uno está en una profesión donde se lucha con la vida y la muerte, hace hasta cierto punto “resistente” a las penas. Sin que esto se vea como una falta de sentimientos o descaro.

No, todo lo contrario. Es que la medicina le va enseñando a uno desde los primeros años en las aulas universitarias que estamos compuestos de células, que nacen, crecen, se multiplican y mueren. Que fisiológicamente no podemos contra la vejez de los tejidos. Aprendemos que nuestros órganos tienen su tiempo de utilidad. Estudiamos que hay factores que distorsionan o modifican la salud humana.

Si embargo, lo que no aprendemos en nuestras cátedras es que cuando esas patologías, esas agresiones se originan y dan al traste con un familiar, un amigo, o la vida misma de uno, es cuando empezamos a ver la vida diferente.

Tenemos experiencia de esto. Mis padres fallecieron. Mi madre a destiempo de enfermedad hipertensiva, mi padre con una edad prudente pero de una patología que lo llevaría indudablemente a la tumba.

Sin embargo, cuando esa pérdida de un familiar es producto de un accidente, de un asesinato, de suicidio, ¡duele!.

Hace unos días, me encontré con un amigo, con quien compartiera el bachillerato. Aquel amigo apuesto en sus años de estudiante, con una capacidad de resolver problemas, fogoso, lo vimos todo lo contrario: apagado, sumido en una tristeza, sus canas adornando su cabeza y aquella mirada lejana y perdida y con un diálogo hasta cierto punto incoherente.

Nos llamó poderosamente la atención su aspecto. Sin pecar de imprudente o algo que se pareciera, y haciendo una pregunta médica, le hurgué si se sentía enfermo.

Me contestó:
-“¡Físicamente no!. Pero sí, ¡enfermo de espíritu y del alma!”. - Fue cuando me explicó el fallecimiento de uno de sus hijos en un accidente. ¡No he podido superarlo!, me dijo.

Esto me hizo recordar el mismo efecto de un conocido que perdió su hija desnucada en un accidente con apenas 15 años. También vino a mi mente la expresión de un colega médico cuando una hija le murió de cáncer, “me destruyó su partida” me dijo. También otro familiar de un amigo médico fallecido en un accidente, me dijo lo mismo: “Destruye el espíritu y el alma la muerte de un hijo o hija”.

Si estos ejemplos son producto de accidente, o por una muerte natural, imagínense ustedes como rompe el corazón, estremece el cerebro, y el alma se cae, si esa muerte es producto de un asalto, de una “bala perdida”, o sencillamente un crimen de cualquier índole.

Concluyo con las palabras que finalmente nos dijo mi amigo de secundaria: Nos vamos preparando para las pérdidas de nuestros progenitores. ¡Pero la pérdida a destiempo de un hijo o una hija, es una herida que nunca se cierra!

Preguntamos: ¿Quién está preparado para la muerte de un hijo o hija?

El autor es médico.

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